jueves, 25 de agosto de 2011

Nena, yo también puedo soñar.

Camino por un paso de cebras, maldiciendo el momento en el que quise cruzarlo. Los coches me pitan, el semáforo ha cambiado de color, sigo de pie, cruzándolo, esta vez, con la mirada. Eso es, pitan, están furiosos, golpean el volante y chillan. Me insultan, me llaman loco, pirado, idiota; nadie es consiente de mi situación, pero yo sí de la de ellos. Me he puesto en la misma barbarie de calzado.
Sigo maldiciendo el día en el que decidí cruzarlo, ahora el mundo que me rodea ya no parece tan espectante desde aquí.
Una chica de melena negro carbón, larga, brillante y ondulada; con su traje blanco como el papel ondeando como el movimiento de las olas a la par del viento y sus botas verdes, ese tono de verde que te recuerda al campo, me mira con sus ojos azul cielo. Su tez parece eludir la luz del dichoso sol, que cada mañana ansía levantarme del lecho en el que descansaba, ya que su piel es tan nívea, pero no más que su hermoso traje de mangas largas.
Un hombre se baja del coche murmurando disparates y salvajadas.
-¿Te vas a mover o traigo una palanca? -es un hombre con una musculatura considerable, de gafas con poca moldura y traje, el típico traje de político estafador. Tiene una voz apitufada, una voz no muy adecuada para la cara de tipo duro que lleva. Su pelo es de un rubio albino y sus ojos marrón avena.- He chico contesta, oye se te va la oya o qué.
Miré hacia el suelo y perdí mi mirada entre los cordones desatados de mis zapatos. Simplemente no me interesaba ni él ni lo que ahora mismo ocurría.
-Mis zapatos no están atados.
-A mi que me cuentas, atalos y vete a la gran puñeta.
-No sé atármelos.-aunque no estubiera hablando más que conmigo mismo, el pólitico no se lo tomó a broma.
Me agarró de la chaqueta y levantó su brazo izquierdo, yo en ningún momento deje de mirar los cordones...
-Oiga señor, ¿puede bajarlo al suelo?, y su mano, si no le importa. Le pediría que no amenazara con tanta facilidad, y menos a alguien tan valioso. No querrás que tu carrera se vea afectada, ¿o si?
"¿Valioso?" Una palabra que nunca creí poder oír.
El hombre no puso pega alguna, y simplemente, cuando ella le dijo que volviera al coche, lo hizo.
-¿Nos vamos?-dijo, mientras aquellos ojos azules miraban fijamente a los mios, y su mano derecha se extendía hasta abrir la palma. Impidiendo que pudiera volver a ver mis cordones.-Vamos, ¿no quieres salir de aquí? Estás muy a la vista, ¿no crees? Estás dando mucho el cante.
-Mis cordones, no los veo.
-No te preocupes por ellos, estarán bien.
-No es bueno caminar con los cordones desatados.
-Te ayudare a atartelos luego, ¿vamos?
-¿Adónde?
-A un lugar en el que podrás ser tú mismo, no tienes por qué temer.
Sabía que decía la verdad, en cierto modo, podía confiar en ella. Pero esa mano...
Ella me cogió mi mano izquierda, no sentí nada, sólo el calor de una mano humana sumergiendose entre mis dedos, tirando de mí hacia lo que ella consideraba hogar.