martes, 21 de mayo de 2013

La almendra amarga del paquete de avellanas

Abordo la desesperación con garras imaginarias y satíricas mientras el arsénico que corre por mis venas  me estalla en las arterias y me oprime el pecho.
Tus palabras eran tan palpables como las que me dijo mi madre al nacer, ella también me dijo que me quería antes de abandonarme en una pecera llena de tiburones de la que, por cierto, ambos formáis parte.
Cada cosa que haces se me clava en el cerebro como la aguja de una rueca envenenada  en mi dedo, y subir el volumen de mis altavoces al máximo no sirve de nada. Bombardearme con música hasta fundir mi cerebro  no funciona, ya no.
Cada pincelada en nuestro lienzo está más separada de la anterior, y esta obra de arte ya no forma parte de la categoría artística.
Cuándo te darás cuenta de que no estoy hecha para vivir en sociedad.
Y mientras mis cosas personales se esconden del mundo bajo la solapa de mis zapatos intentas saber qué tal me va por educación.
No te he pedido que lo hagas, sin embargo, eso no te impide hacerte la buena persona delante de mi. Que nos conocemos, yo soy demasiado borde y desconfiada, y tú me das motivos para serlo por alguna razón que desconozco.
Mientras pregonan por ahí que no hay nada que temer yo me pregunto si el mundo se ha dado cuenta de que eso es mentira.
Y mientras me gritas que soy yo la que tiene miedo del mundo y no al revés pienso que estas extremadamente paranoico con eso.
Te empeñas en decirme que soy yo la pesimista con problemas, pero no te das cuenta de que tú eres el optimista que se niega a ver la verdad.

Somos la almendra amarga del paquete de avellanas, y la provocación del paladar.
Irresistibles a los ojos pero verdaderamente repugnantes para la lengua.

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