martes, 12 de febrero de 2013

La sociopata misógina- Caítulo 2 segunda parte

Cada vez que entraba en una de sus estúpidas oficinas me daban escalofríos... Que digo eso es quedarse corto, me entraba el pánico. Los pelos de mi nuca se erizaban. Me pregunto si yo era el único que se daba cuenta de que sus paredes estaban llenas de de pinturas siniestras, de muertes fotografiadas en fotogramas, de escrituras-que si me parara a leerlas no entendería ni una silaba-de cabezas colgadas por las paredes... Empezaba a dudar de que todos estos estuvieran mentalmente bien.
 Siempre era un lugar distinto en el culo del mundo y yo tenía que venir arrastrado por Telma y sus uñas de acero.
Si, ya lo sabía. Lo sabía todo, sé de que va mi trabajo, no soy tonto, pero a veces todo era muy... No sé... ¿Excesivo?
-Ya era hora.
-No tengo culpa de que cambies de posición a lugares cada vez más inospitos-me cruzo de brazos.
-No te enfades, sabes que no puedo quedarme en un sitio permanentemente.
-Ahorrate las escusas, ¿qué tengo que hacer esta vez?
-No estas de buen humor.
-Y no es para menos.
Sykes era un cincuentón con una amabilidad un tanto ¿extraña? Tiene unos extraños cortes laterales en la mejilla izquierda, cuchilladas. Sus ojos castaños complementan a las marcas del tiempo, esas arrugas sutiles que recorren sus facciones como el velo de una viuda. Su pelo, aunque canoso y-prácticamente- pegado al casco, sigue manteniendo su brillo natural y la mayor parte del negro que en antaño carbonizaba su mollera. Estaba un poco rechoncho pero nada grabe, a pesar de ello procuraba mantenerse en forma. Juraba y perjuraba que se vengaría.
Sus ojos brillaban con la melancolía de un violín desafinado, la pena de ese hombre era su única fuerza para seguir en pie.
-Ryan, ¿puedo hacer algo? Quizás pueda alegrarte el día.
-Si, Telma ya me lo alegro esta mañana-digo con ironía- Esa pendeja me a arrancado la mitad del cuello, y me ha chamuscado.
-Algo le habrás hecho, ella no ataca así como así. Bueno dejando eso de lado... Tengo un trabajito para ti.
"¿No me digas? Viejo loco"
Efectivamente, otro trabajo, no me gustaba ni un ápice, pero me gustaba más que los anteriores. Era un poquito rastrero, pero mi culo estaba asegurado.

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