domingo, 21 de abril de 2013

El paraiso en una habitación

Y pintas las paredes con rotuladores permanentes con ese olor tan particular, dibujas y pintas, pintas y dibujas... No descansas, porque sabes que aunque no vaya a ser la mayor obra de arte del mundo va a ser tu estúpido y pequeño cuarto original; y entonces si tendrás motivos para matar a cualquier insensato que ponga la mínima tiza cerca de las paredes...
Y tiras bolas de pintura al techo porque el blanco no es el mejor color para irse a dormir...
Y dibujas ojos en las esquinas porque sabes que las paredes tienen ojos, y si los identificas puedes evitar sus miradas de envidia y recochineo...
Y sudas como un cerdo, pero sigues con los ojos en las paredes, un precioso cuadro de colores, de bocetos en negro, y algún que otro arcoiris que acaba formando sondeos a la vez que desaparece... Espinas que recubren un rincón intentando abrazar el lugar de la cama y palabras que no dicen nada dándole ideas a una estantería llena de libros que aún no ha sid...o colocada...
Y es entonces cuando después de pegarte días a base de comida precalentada, material de dibujo y ese olor tan fuerte a pintura que ya te resulta delicioso y orgasmico por lo que ello significa... Es entonces, cuando dejas la brocha y el pincel, el rotulado y el lápiz, el rodillo y el cubo, y te acuestas en el suelo aún sin limpiar, donde los rayos del sol que entran por esa modesta ventana de madera rozan tus zapatos, tus mejillas sonrojadas y hacen brillar tu estúpida y encantadora sonrisa llena de pintura...
Y solo entonces es cuando el mundo se ha quedado encajonado en una pequeña habitación que da vueltas sobre tu cabeza, mientras respiras entrecortadamente, mientras tus ojos con ojeras no paran de mirar... Y tu cuerpo no responde porque el suelo y tú ya sois uno...

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