viernes, 12 de abril de 2013

Memorias de un carcelero

He tocado fondo en el lecho de esta sociedad canibalista que nos devora, cada vez, con más ansia, y con elegancia en cierto sentido. Un tutú, unas bailarinas y un muelle para olvidar que existo, para olvidar mi vida y poder olvidar la del resto tras el horizonte que se aleja de mis movimientos concéntricos y mal efectuados. Una siesta bajo relámpagos y centellas, para sentir el agua helada caer a punzón sobre mi piel, para sentir que formo parte de la furia cósmica que golpea este planeta, para hacer caso omiso a todas las paranoias y miedos que no son nada. Para gritarle al viento: ESTOY AQUÍ
Para decirle al reo: Estoy como tú, preso y aunque sin barrotes comiéndome el suelo a trompicones.
Preguntándome: Cuál sería una buena aventura para apuntar en mi pequeña libreta y digna de llevar un cadillar de un modelo antiguo y perfectamente cuadrado.
Afirmando que la la felicidad no es para tanto, pero presintiendo que lo es todo.
Queriendo creer que un acompañante me retrasaría, y que me llevaría tiempo enterrar su cadáver en algún lugar perfecto para aclamar soledad en medio de ramas mustias que no me dicen nada.
Y sobretodo, preguntándome si merece la pena creer que hay algo más en las personas a parte de una estupidez perfectamente pronunciada y justificada.

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