He tocado fondo en el lecho de esta sociedad
canibalista que nos devora, cada vez, con más ansia, y con elegancia en
cierto sentido. Un tutú, unas bailarinas y un muelle para olvidar que
existo, para olvidar mi vida y poder olvidar la del resto tras el
horizonte que se aleja de mis movimientos concéntricos y mal
efectuados. Una siesta bajo relámpagos y centellas, para sentir el agua
helada caer a punzón
sobre mi piel, para sentir que formo parte de la furia cósmica que
golpea este planeta, para hacer caso omiso a todas las paranoias y
miedos que no son nada. Para gritarle al viento: ESTOY AQUÍ
Para decirle al reo: Estoy como tú, preso y aunque sin barrotes comiéndome el suelo a trompicones.
Preguntándome: Cuál sería una buena aventura para apuntar en mi pequeña
libreta y digna de llevar un cadillar de un modelo antiguo y
perfectamente cuadrado.
Afirmando que la la felicidad no es para tanto, pero presintiendo que lo es todo.
Queriendo creer que un acompañante me retrasaría, y que me llevaría
tiempo enterrar su cadáver en algún lugar perfecto para aclamar soledad
en medio de ramas mustias que no me dicen nada.
Y sobretodo,
preguntándome si merece la pena creer que hay algo más en las personas
a parte de una estupidez perfectamente pronunciada y justificada.
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