sábado, 21 de abril de 2012

El brote de una idea

Esperas escondido entre las oscuras sombras con la cabeza agacha, porque no quieres que nadie te vea, no quieres sentirte observado por gente que no siente lo mismo que tú cuando el mundo de su perfecto ideal se les cae arriba. Andas en una de las esquinas oyendo la sinfonía del silencio golpear tus oídos, te acurrucas pensando que ya nadie puede salvarte, nada es lo que parece, y nada es lo que aparenta ser cuando es demasiado bonito para ser cierto, lecciones que a estas alturas ya no sirven ni para apretar el botón de eliminar.
Una mano se extiende delante de sus narices, un chico de sonrisa amable espera que la cojas, tú te levantas, sacudes los pantalones y te marchas.
-Por lo menos podías haber dado las gracias-te reprocha.
-Gracias por nada.-las primeras y únicas palabras que saldrían de tú boca aquel día, un "gracias por nada". Muy en el fondo quisieras haberle asfixiado con su propia corbata, para ver si se le borraba esa estúpida sonrisa de la cara, todos parecen tan felices y tan perfectos en su vida perfecta llena de mierda debajo de la alfombra, todo construido a base de mentiras piadosas que se convierten en dagas afiladas que esperan a que des un paso en falso. Todo podía haber sido distinto, todo podía haber ido mejor, pero el caprichoso destino quiso jugar a ser Dios, quiso jugar a la matanza de Texas en primera persona.
Por fin llega la dichosa noche tan ansiada, puedes salir de tu escondite de debajo de las escaleras para deambular por los rincones del hospicio que te tienen preso, sin que nadie pueda ver las gotas cristalinas que riegan el suelo que pisas.  Vas a hurtadillas a las afueras, más allá del hostal, vuelves a la casa que te tubo en brazos hasta la pasada noche. Ignoras las vallas que ponen "Prohibido el paso", y te acurrucas entre los escombros fríos y a medio cascar, respiras hondo y sueñas con volver a correr por las habitaciones jugando a los indios, quién iba a decirte que aquella tarde iba a ser la última entre esas paredes y esas sonrisas. Quién te iba a decir que sus cuerpos saltarían por los aires, y que los verías expiar sus últimas gotas de vida.

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