martes, 10 de abril de 2012

Mitos en el mundo encantado

Ella esperaba en el filo de su cómoda a que él despertara entre el olor de las rosas de las que estaba lleno, la luz del sol se había escondido hace unos minutos, y la chica de melena alborotada, ondulada y rojiza esperaba al borde de aquel ataúd cuya tapa se había tomado la molestia de apartar.
-¿Por qué lloras?-pregunta una voz tenue y calmada.
-Estas muerto, marchito y corroto por dentro.
Él la agarra entre sus brazos, con sus finos y largos dedos de pianista hacerca los labios de la chica contra los suyos.
-A todos nos llega la hora, a veces de forma distinta. Llevo muerto desde tiempos inmemoriales, pero puedo seguir sintiendo el cálido aroma del sol cuando te veo, la brisa de las estaciones en tu pelo, la llama de la vida en tus ojos y oigo el resonar de tu pecho, es confortante, puedo oír el bombeo de la sangre a través de tus venas... Es, sencillamente, maravilloso.
Ella aparta su larga melena del cuello.
-¿No es manavilloso?-dice mientras pasa su dedo por el cuello de la joven en círculos.
-Mijail, dejame un poquito.
-Oh, por los clavos de Cristo ¡Dámaso!, acaso yo te molesto cuándo estás comiendo.
-Técnicamente no has empezado, te estás montando un teatro de tres pares de narices.
-Así es como me sabe a mi la comida.
-Eres un sádico.
-Mira quien fue ha hablar, el anti-chupasangres.-dijo con tono sarcástico.
-Venga ya, tenmina con el espectáculo que tengo hambre.
-A veces pienso en echarte, con lo agusto que estaba yo en mi casita de campo sin que nadie me molestará.
-Ya, ya... Venga termina.
Claba sus colmillos y absorbe con delicadesa. La pequeña dama se desmalla y Mijail la coge entre sus brazos y se la da a Dámaso.
-Voy a hablar con Hudson.
-Para...
-Usa un poquito tú mente. Que le voy a decir. Desde luego que tienes menos luces que una casa sin electricidad.
-Si, si lo que tú digas. Por cierto, hoy vas a dar una vuelta ¿no?
-Eso es.
-Ya decía yo que estabas demasiado nervioso, si fueras un perro sarnoso estarías meneando la colita.
-!Cállate¡-dijo poniéndose rojo.
-Anda, mira pero si es eso. Que bonito es el amor, que patético y cursi eres.
-Sea lo que sea eso no te encumbre.
-Lilian se va a poner muy contenta cuando vea esa ropa.
-Mierda, al final me he manchado.
-Oye que esperabas, le has mordido en un punto franco.
-!Hudson, Hudson, Hudson¡
-Si, mi señor.-alega presentándose en el sótano de aquella vieja casita de campo.
-Ayudame, me he manchado el traje y necesito una solución.
-Se lo dije o no se lo dije ayer. Anda que...-refunfuña el mayordomo.-Bueno solo te has manchado la camisa, quitatela.
Dámaso no para de reirse.
-¿Qué tal si se pone la camisa verde que tiene arrimada en la esquina del armario?
-El verde es para los vivos.
Dámaso explota en un ataque de risa.
-Señor le va bien con el traje y de seguro que a su hermosa dama le encantará ver lo bien que luce en su tono de piel.
-Esta bien.
-Ahora mismo la traigo.
-No se moleste Hudson, tomese un descanso por una vez en su vida.
Mijail corre a la velocidad de un átomo de luz antes de que el jovial mayordomo pueda replicar.
-¿Estoy guapo?
-¿Todavía no sabe atarse una corbata?
-No me culpe Hudson, que no tuve padres que me enseñarán.
-Con todas las  veces que se lo he explicado mi señor, perdoneme si le suena un poco insultante, pero debería haberlo aprendido ya.
-Ya pero yo no la hago perfecta, siempre se queda mal.
-Ya le he dicho que tiene que tener paciencia, una corbata queda en su punto si se hace con dedicación y paciencia, la paciencia es la clave.-le dice colocándole bien la corbata.
-La paciencia es algo que se pierde en las primeras épocas de inmortalidad.
-Ande que se le va ha hacer tarde.
-Mijail cuidado con los árboles no vallas a chocar y mancharte la blusa de recina.-le dice Dámaso entre risas.-Oh, por los clavos de Cristo, pensé que me iba a morir de nuevo.-se seca las lágrimas y comienza a sorber.

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