martes, 6 de marzo de 2012

El don de la palabra

-Hey, pequeño, ¿nos conocemos? Tu cara me suena.
-Ya no soy tan pequeño después de todo,me alegro que te acuerdes de mi. ¿Acaso la culpa llamo a tú puerta?
-No te entiendo.
-Eramos dos, ahora sólo queda uno, uno se plasmo en el carretera, y el otro lloro, pidió ayuda pero nadie llego hasta poco después, cuando un conductor le ofreció su mano y tuvo piedad. La ayuda fue en vano, la vida que el pequeño niño sostenía en sus manos se le escapo de sus resbaladizos dedos. ¿Lo recuerdas ahora?
-¿Vienes a matarme?
-Eso sería tener piedad amigo; no, la piedad y la vanidad no son cosa mía.
-¿Dinero? ¿Qué acabe en la cárcel?
-No, no, me esta mal interpretando. Pero por favor, ¿qué películas ha visto usted? Esta es la vida real, aquí los justicieros no existen. He venido a vengarme, eso que no se le valla de la cabeza, pero no quiero que confiese, no quiero matarlo y sobre todo no quiero dinero. Una caja de cerillas y un paquete de cigarros son más que suficiente por ahora.
-¿Fumas?
-No, pero queda bien. Bueno, encantado de haberlo conocido de una puñetera vez, esto no es nada personal, en verdad si, me ha caído genial, si hubiese parado el coche mi hermano quizás estaría vivo, o muerto pero en cualquier caso yo no me habría colado por su ventana trasera. Que cosas tiene la vida ¿no? Nos volveremos a ver, tenga por seguro que le haré la vida imposible y su existencia amarga, ni si quiera tendrá ganas de levantarse del sofá en el que esta empotrado. Ya lo verá. No, no es una amenaza, esto es una advertencia.
El viejo hecha una última calada a su cigarro y lo apaga en la mesita del salón que se encuentra al lado de su pequeño sillón. Aplaude y se ríe, aplaude y se ríe. El chico del cabello de limón se da la vuelta, esta decepcionado ¿por qué esta tan feliz?
-De verás crees qué puedes hacerme la vida más imposible de lo que ya lo es. Mi mujer ahogo a mis hijos en la bañera, ahora esta en un loquero y me odia por no quererme suicidar con ella, a saber el porque de este estúpido drama, en cuanto a mi, vivo sólo cobrando una puñetera jubilación y el cáncer me consume los pulmones. No tengo ganas de moverme del sofá duermo aquí, apenas como, me da pereza levantarme ha abrir la nevera, me siento aquí con mi copa de vino, mi cigarrillo y la radio. ¿Crees que mi vida podría ser peor de lo que ya es?
-¿Pretendes darme pena? Olvidalo, por lo menos tienes la vida resuelta entre cigarrillos, mi hemano ni si quiera tuvo el placer de provarlos.
"Que valor, que coraje, me gusta este chico." piensa el carcamal, cincuenta y seis años e incontables cajas de tabaco y botellas de vino vacías. Una vida llena de milagros y desgracias marcada entre sus arrugas. Una radio que nunca supo consolarlo, pero en sus venas queda marcado el ritmo del blus. Y ahora una sola frase de un muchacho, de un simple muchacho, le ha hecho sentirse más valioso y privilegiado de lo que es. "El don de la palabra, el don de la palabra"

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