Por un instante fui valiente, por otro
instante una cobarde. Tenía el miedo irrefrenable de no volver a
encontrarte, tenía un miedo incomparable a no volverte a ver.
Convivía con ese miedo irracional a perderte pero tú no estabas tan
seguro si era miedo o dependencia. Ahora puedo afirmarte que es un
poco de las dos cosas. Dejaste una estúpida carta de despedida ¡Una
carta! Una estúpida carta en sima de la almohada y un hoyuelo con tu
forma entre las sabanas, un hoyuelo frío e inmóvil. ¿Tan poco te
costo marcharte? ¿Tan poco te costo olvidarme?
A día de hoy no puedo creerme tal
tragicomedia, te marcaste unos pasos que quizás fueran falsos,
quizás solo vieras en mi lo que un pederasta a un niño de 10.
No comprendo esas líneas que se
resbalaban de tu puño y letra para que mis pupilas pudieran leerlas,
no comprendo, aún, por qué te marchaste. Un beso de despedida con
un simple adiós me hubiese bastado. ¿No tenías estomago para eso, o
es que no eras suficiente hombre para ello? Después de todo prefiero
creer que no fuiste capaz de afrontar los problemas con tu horrenda
jeta. Creeme Petter, si te vuelvo a ver no será para darte un abrazo
presisamente.
Semanas después de lo sucedido aún
seguía detrás de huellas a penas visibles, necesitaba una
explicación que pudiera entender y no la carta de un degenerado.
Caminaba con un rumbo fijo sin apenas preocuparme de comer o incluso
beber, sino fuera porque respirar era un acto reflejo hace tiempo que
lo habría olvidado. Y es que el sol pega fuerte cuando caminas por
el lado de la acera equivocado.
No hay comentarios:
Publicar un comentario